Cien años del nacimiento de Marguerite Duras

Por María Camila Quiroga

Se cumplen cien años desde el nacimiento de la autora, una de las figuras francesas más versátiles: novelista, dramaturga, guionista y cineasta. A su vez, se conmemoran 30 años de El amante, una de las novelas que más resuena en el repertorio de sus obras.

Marguerite Duras representa una escritura reconocible, de frases breves y entrecortadas. Una literatura de imágenes fragmentada en pequeñas historias, que se van expandiendo a lo largo de sus obras. Una misma escena nuclear es continuada, ampliada y retocada. Sin inicio, ni final, eterna e interminable. Atraviesa los vínculos humanos a través de un amor imposible, con un tercero en discordia siempre presente. Una lectura plasmada de autobiografía donde las causas humanas han ocupado un lugar preponderante, así como los escenarios recorridos durante su vida. 



Crédito: ©-Studio-Lipnitzki-Roger-Viollet-

Walter Romero, miembro de la cátedra de literatura francesa de la UBA expresa: “Marguerite Duras ha tenido la capacidad de mostrar un mismo texto en distintos soportes. Esa es una actitud muy contemporánea, cómo un mismo texto lo puede hacer obra de teatro, cine, novela, cuento, y escribir un artículo periodístico”.

El mundo la vio nacer el cuatro de abril de 1914, en un suburbio de Saigón, en la Indochina francesa. Es una autora que escribe en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, durante el París ocupado por los alemanes. En el período clásico publica sus dos primeras novelas: Les impudents y La vie tranquille, previo a una etapa más experimental que desarrollaría a lo largo de su carrera. Una mujer, que formó parte del Partido Comunista, tuvo una asidua participación en la vida parisina y escribió para los periódicos Le Monde y Libération. Gran amiga del antiguo presidente François Mitterrand, a quien conoció cuando imaginaban el París de una Francia futura durante la Resistencia.

Bajo el nombre de Marguerite Germaine Marie Donnadieu, a la temprana edad de cuatro años, despidió a su padre. Un profesor de matemáticas, que tras su muerte, dejó a la familia en una situación económica precaria. Su madre institutriz, Marie Legrand, en la búsqueda de una salida, realizó una inversión a través de la compra de unos arrozales. Terrenos, que tiempo después, serían arrasados y quedarían sumergidos bajo el Pacífico. Hecho que marcó no sólo la vida de Marguerite, si no que tiñó su literatura con un estilo característico.

Las historias familiares desafortunadas y la autobiografía de sus días. La ausencia de un padre que no se nombra y el canto al Edipo de una figura materna enamorada del hermano mayor. El crecer descalza en ese escenario atravesado por los ríos Saigón y Mekong. Lo fluvial inunda la literatura de Duras, llega como una corriente que no puede ser detenida y arrasa con todo: el deseo, los sueños, el amor, los personajes, la vida misma. Es una obra de trayectos reiterativos, recursivos y continuados, las escenas vienen y van como una suerte de trilogía presente en Un dique contra el Pacífico, El amante y El amante de la China del Norte. El agua que inunda también, La lluvia de verano.

Las obras transcurren en una atmósfera de espacios cerrados, donde los personajes están de paso. Dos amantes que se despiden y se vuelven a encontrar, el verano como estación de amores calcinados, un cuarto de hotel desde donde se narra la desfloración de la niña blanca. La historia autobiográfica descrita en El amante, acaso el más famoso de sus textos, donde se encuentra la pérdida de la virginidad de una joven de 16-17 años en manos de un amante chino, millonario, al cual había sido vendida a los 15 años por su madre. Ese hombre, que la buscará en una limusina negra, sostendrá económicamente a la familia. Pero, ¿Cuál es la realidad y qué es lo imaginable en el universo de Duras?

Romero contesta: “Es la pregunta del millón, creerle a un escritor es complejo, más ahora que hay un género que se llama autoficción, donde los escritores retocan momentos de su vida. Yo no creo que Duras sea ficción, si no una autobiografía, pero tan sometida al estilo durasiano y esas escenas están tan retocadas. Pero ella dice que no hay una letra en el L’amant que no haya ocurrido tal cual es”.

Duras, después de cuarenta y un años de publicar su primera novela, se convirtió con L’amant en una escritora renombrada. El manuscrito considerado por los críticos, el peor de sus libros y publicado en 1984 fue traducido en más de 40 lenguas, vendió más tres millones de ejemplares, le otorgó el Premio Goncourt y fue llevado al cine de la mano de Jean- Jacques Annaud. Su obra se compraba incluso en los supermercados, suceso que ella detestó, ya que no deseaba ser una escritora de masas, a través de una novela personal, de infancia y adolescencia, íntima, de amor y sufrimiento.

En la década del ’60 Duras fue considerada una escritora del “noveau romain”. Un grupo literario formado por autores como Alain Robbe- Grillet, Michel Butor, Nathalie Sarraute, y el Premio Nobel de Literatura en 1985, Claude Simon. Todos ellos publicaron sus manuscritos en Minuit -las célebres ediciones de tapas blancas-, editorial que fomentó a los autores experimentales. Quienes buscaban alejarse de las novelas del género de Balzac y acercase más bien a la literatura de la mirada, donde las descripciones fuesen tan minuciosas que provocaran un animismo de los objetos.

Dado que las letras de Marguerite tenían esas características, fue incorporada en aquella escuela de la meticulosa descripción. Acontecimiento que ella rechazó, porque deseaba navegar sola, sin formar parte de un colectivo. La literata también se incursionó en el mundo de la imagen en movimiento, como guionista y cineasta. En el primer caso con Hiroshima Mon amour, en el segundo con India Song y sus 19 películas, que le valieron un volumen monográfico en Les Cahiers du cinéma. Romero agrega acerca de la vida de Duras: “Ella vivía en la rue Saint-Benoît donde terminó sus días en 1996. Rodeada de un círculo de argentinos, que la visitaban y la conocían, como Carlos d’Alessio, el gran autor y compositor quien fue músico de muchas de sus películas. Entre ellas, la famosa India Song, y otras con canciones y tangos, que cantaba Jeanne Moreau”.

Desplegó el recurso de la fotografía como una captura del momento, modificable con la memoria, como si a través de ella fuese posible retocar la impresión y cambiar el recuerdo. En L'homme atlantique, la mirada se detiene ante una pantalla negra durante gran parte de la película. Porque según Duras, la mente es quien imprime las proyecciones sobre la imagen y aún ante una escenografía de la ausencia hay efigie. Lo visible y la palabra no coinciden en cuanto a su temática, así se quiebra una sincronicidad que permite disociar el sonido de la imagen. La escucha es tardía, la lectura es alterada, el procedimiento típicamente durasiano.

Romero comenta sobre Marguerite: “Pienso que no podía hacer otra cosa. El momento de escribir es el más abismal de su existencia. Le fascinaba esa idea de estar sometida únicamente a la pasión de la escritura y la literatura”.

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